Aquí estoy de nuevo. No he abandonado el blog aunque mi último post era un poco apocalíptico y lo siento. Mi única excusa es la falta de tiempo. “Pero si acabamos de pasar las vacaciones de navidad”, dirás. Sí, pues para mi las vacaciones son el doble de trabajo. Porque los autónomos no cobramos cuando dejamos de trabajar y eso hace que nunca podamos/queramos parar, al menos no del todo, y cuando tienes a los dos croquetas en casa durante más de dos semanas y no son partidarios de verte sentada frente al ordenador mientras ellos se portan bien, no es fácil adelantar faena. Cerrar la puerta y oirles gritar tampoco funciona muy bien para mi salud mental.
De todas maneras las Navidades y cualquier período de vacaciones son extremadamente duras cuando tienes un niño con necesidades especiales que necesita tanta atención como Leo, así que aunque hay personas que esperan con ansias las vacaciones, yo espero impaciente los lunes; también es otra de las ventajas de tener un trabajo que te gusta. Los lunes los niños vuelven al cole y puedes tener un respiro e incluso se da el caso, muy aconsejable por cierto, en que llegas hasta a echarlos de menos. Y yo puedo trabajar tranquila en casa, cosa que en “vacaciones” no puedo. Así que en Navidad y Semana Santa voy a medio gas, con la presión de tener que trabajar en proyectos o encargos y con el estress de tener que estar pendiente de ellos entre sesiones, emails de clientes y retoques de photoshop; y a la vez pensar en qué hacer de comer y cenar (yo tampoco entiendo por qué hemos de comer varias veces al día), los baños (esto sí que nos los saltamos algunos días, pero doy fe que nunca huelen mal), de entretenerlos, de salir a hacer cosas, recoger todo lo que van tirando por el suelo, porque el driver de “dejar las cosas en su sitio” o al menos ser lo más civilizados posibles aún no lo tienen instalado en su disco duro de la mollera (hemos llegado a encontrar galletas momificadas bajo el mueble de la tele, da mucha vergüenza y normalmente no lo admitiría, pero es cierto).
He de reconocer que Bruno ha visto tantas pelis de la sección infantil de Movistar estas Navidades que ya se sabe algunos diálogos, incluso en inglés. Pero me niego a sentirme mal por ello, y me repito a mi misma: “hago lo que puedo”, aunque a veces me lo creo más que otras. También hemos hecho excursiones de todo el día al Aquarium, hemos cruzado media ciudad varias veces de norte a sur y de este a oeste. Esto forma parte de la estrategia que usamos para cansar a Leo. Vamos a los sitios a pie, ya que aparcar en Barcelona es una odisea, así que acabamos haciendo excursiones de una hora o más (cualquiera que sea el sitio al que vas, multiplica por 2,5 el tiempo que te dice Google Maps que tardarás en llegar cuando vayas con niños pequeños que ya caminan y se entretengan en cada portal, con cada bichito, exijan ser llevados en brazos o a caballito cada diez minutos, quieran agua, pipi o un snack y se paren cada vez que el semáforo de peatones está en verde y necesiten cruzar imperiosamente cuando está en rojo. Así que caminamos a paso de hormiguita con mochilas, carrito, y niños que el 80% del tiempo no quieren ni andar ni ir en el carrito. Para nosotros es como una jornada de gimnasio, eso sí.
Lo bueno es que Leo se ha acostumbrado a caminar bastante bien de la mano, e incluso sin ir de la mano no sale corriendo en cualquier dirección como antes. Este es uno de los aspectos más difíciles de controlar y sobrellevar. Leo no entiende los límites, ni los peligros, no sabe que no puede cruzar la calle porque es peligroso, y que no debe pedirle brazos a otros extraños. Bruno puede llegar a escaparse en algún momento concreto o en un acto de rebeldía de los suyos, pero en el fondo es como si llevara un imán que le atrae hacia nosotros, y en general nos suele seguir la mayor parte del tiempo, como cualquier niño. En cambio Leo siempre ha sido totalmente incontrolable, cualquier cosa que le llamara la atención a cualquier distancia, es allí donde se dirige, sin importar dónde estamos nosotros o dónde vamos. Por suerte vemos que poco a poco está madurando en ese sentido, y aunque no nos podemos relaja y sigue siendo escapista profesional, ahora es capaz de esperar a que el semáforo se ponga en verde, y no se tira al suelo porque es incapaz de esperar, como hacía hace uno o dos años. Tengo la impresión de que a medida que va creciendo, aunque no hable, va entendiendo un poco más cómo funciona este mundo tan raro para él, aunque sea de manera instintiva o a base de repeticiones. A veces cuesta ver la evolución que ha hecho, por eso es un buen ejercicio echar la vista atrás y tratar de recordar cómo era dar un paseo con Leo hace un año (en la foto), y cómo ha evolucionado.