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Hablemos de Leo, el protagonista de todo este lío que he montado. El primer año de vida de Leo fue totalmente normal, o al menos para nosotros, padres primerizos, aunque no creo que hubiéramos sospechado nada de haber sido más experimentados. Como podréis comprobar en este video que plasma un segundo al día de su vida durante el primer año, reía, lloraba, comía, y hacía todo lo que se espera de un bebé.

Cuando empezó a andar fue cuando la diferencia con los otros niños de su edad se empezó a hacer evidente, aunque  a nosotros tampoco nos quitó el sueño. Porque las comparaciones a estas edades pueden ser horrorosas, y tampoco nos obsesionamos, cada niño lleva su ritmo y pensábamos que todo llegaría. A partir del año se hizo cada vez más patente que era un niño muy movido, era muy raro que se quedara sentado tranquilamente haciendo algo, excepto ver la televisión. Pasear en cochecito también le encantaba. Pero el resto del tiempo estaba siempre en movimiento, y no atendía órdenes así que era agotador.

 

Empezamos a hacer terapia a los 18 meses y, desde entonces, pocas cosas han cambiado. Es decir, Leo ha crecido, siempre hemos pensado que es un niño muy inteligente, y en algunos aspectos sí que ha evolucionado, pero en el lenguaje está completamente estancado y ha desarrollado su personalidad, con gustos restringidos. A día de hoy nunca ha hablado, ojalá que a medida que escribo este post eso cambie, porque tengo que reconocer que es lo más duro. Le encantan la pelota azul de la guarde, salir al parque a explorar, arrancar hojas y tirarse arena encima. Le chifla nadar, podría estar dentro del agua horas y horas, en la piscina, en la playa o en la bañera. Le gusta rodar objetos, antes caminaba de puntillas pero ya no lo hace. Sin embargo ha empezado a aletear con una mano, sólo muy de vez en cuando y durante unos segundos. Es un escalador empedernido, se sube a todo lo que puede subirse, desde árboles, bancos, vallas, escaleras... hasta los muebles de casa. Y no importa que le digas 50 veces que no lo haga y que se baje, él lo intentará 51 veces. Y nosotros nos desesperamos. Su contacto visual es más bien pobre, aunque sí que te mira a veces. Ríe mucho y no suele tener berrinches, aunque alguno cae cuando tiene que hacer algo que no quiere. No sigue órdenes, a veces no sabemos si es porque no le interesan o no las entiende. Pero sí que sabe lo que significa el "no" y el "toma". Creo que también reconoce su nombre pero más de la mitad de las veces no reacciona. Le encanta la música pero no baila, y es muy bueno haciendo puzzles, tanto en la tablet como los encajables de madera.  Tiene obsesión con los interruptores, le encanta encenderlos y apagarlos hasta que, muchas veces, funde las bombillas. No le interesan los niños de su edad, incluido su hermano pequeño. Pero tampoco rehuye demasiado su contacto; algunas niñas de la guarde lo abrazan y él se deja, o si le agobian mucho, se va. No suele ser nada agresivo, a no ser que se enfade mucho y entonces nos ha soltado algún manotazo a su padre o a mi. O alguna patada mientras estaba en el cambiador, pero nunca a otro niño. Le encantan las cosquillas, y si quieres hacerle reír, es realmente fácil. Hace sonidos con la boca, últimamente sólo con las vocales. Siempre evita irse a dormir, es la eterna lucha. Hemos desistido de que haga siesta cuando está con nosotros, pero no importa lo cansado que esté, él nunca quiere irse a dormir, y puede llegar a tardar horas. Por la calle es todo un peligro porque sale corriendo allá donde vamos, no reconoce los peligros ni atiende a nuestras instrucciones, así que no podemos ir tranquilamente caminando, por eso aún usamos el cochecito, aunque en el tema de la psicomotricidad es todo un crack, domina su cuerpo a la perfección y tiene un equilibrio estupendo (eso no lo ha sacado de mi!). Es cariñoso y una lapa, y le encanta que le cojan en brazos y le hagan piruetas, hasta el punto de que en cuanto llegan otros papis a buscar a sus hijos a la guarde, él los coge de la mano para que le hagan cosquillas y volteretas y lo que se tercie. Es testarudo como su madre, y a veces malhumorado, pero también es dulce y tiene buen corazón. Cuando se vuelve imposible y nos saca de nuestras casillas, se da cuenta y parece que reacciona, sabe que no ha hecho bien y que nosotros tampoco nos sentimos orgullosos de nuestras reacciones en momentos de desesperación. No señala y cuando quiere algo, nos lo pone en la mano o nos lleva hasta lo que quiere, y eso es algo que hace con nosotros o a veces también con un completo desconocido, si hace falta.

 

Si habéis leído hasta aquí, ya le conocéis y entendéis un poco mejor. Pero he dejado para el final lo más importante y que esperamos que nunca cambie: Leo es un niño feliz.

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