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Leo surfero


Leo ha desarrollado una fobia al mar que no nos explicamos. Le sigue encantando el agua, la piscina y la playa, siempre se acerca a la orilla y le encanta la sensación del agua en su cuerpo. Pero desde hace pocos meses, desde que nos apuntamos al gimnasio, nos dimos cuenta que Leo ya no disfruta del agua como hacía antes, libremente y apenas sin miedos. Es cierto que nunca le había gustado meter la cabeza debajo del agua o bajo el chorro de la ducha, pero desde que comenzamos a ir a la piscina nos dimos cuenta de que cuando se nota inseguro dentro del agua, entra en pánico y no quiere soltarse. Cuando no toca pie, la única manera de que no grite es tenerte cogido fuertemente en modo koala, y no acepta que lo sueltes. Si toca pie, está todo controlado, disfruta, explora, chapotea... Pero si no toca pie, le da miedo y grita si no le cogemos fuerte. Tras comentarlo con su psicóloga nos ha dicho que es en realidad un aspecto positivo porque significa que es más consciente de los peligros que le rodean y que está entendiendo su entorno. Hasta ahora vivía mucho más encerrado en si mismo pero ahora va mirando hacia el exterior y encuentra miedos, y aunque eso signifique que haya cosas que se vuelvan más difíciles de gestionar, hemos de agradecer y abrazar este cambio.

Hace 2 meses empezamos un curso de surf con 'Més que surf', una asociación ubicada en Sitges y compuesta exclusivamente por voluntarios que dan clases de surf a niños con autismo durante 8 semanas, con monitores que han sido formados para gestionar las dificultades de los niños con TEA que tienen mucha vocación y cariño por ellos. Es un placer verles trabajar y un privilegio poder llevar a Leo. El objetivo principal de esta iniciativa es que los niños se relacionen y se diviertan a través del surf y los juegos en el agua y en la playa.

Teníamos la esperanza de que con esta iniciativa Leo aprendiera a coger confianza con el mar. Sin embargo, las 6 primeras semanas fueron duras. Su monitora se pasó esas primeras 6 sesiones intentado que Leo disfrutara de subirse a una tabla de surf, y siempre lloraba. Pero al igual que ellos, yo pensaba que forzarle un poco era la mejor manera de abordarlo, y aunque parecía que cada vez la angustia iba a menos, la sexta clase fue clarísimamente una tortura, hasta el punto de que después de verle llorar las casi dos horas que duraba la sesión, me planteé si era buena idea continuar con las sesiones de surf. Incluso su monitora, al acabar la sesión me dijo "¿tú crees que lo pasa bien?" y yo le dije exactamente lo que estaba pensando, que estaba pensando incluso en no volver a traerlo. Está claro que el mar le sigue atrayendo porque nunca se aleja de la orilla, pero decidimos que la siguiente clase se centrarían en jugar en el agua y hacerlo a su ritmo, sin tabla y sin presiones.

Es cierto que Leo es uno de los niños más pequeños, acaba de cumplir 4 años y cuando empezó ni siquiera los tenía, pero no hemos conseguido que se relacione aparte de con su monitora y sus abrazos koala. No se ha interesado por ninguno de los juegos, ni ha disfrutado de estar en la tabla ni en el agua. Ha llorado desconsoladamente la mayor parte del tiempo, sobre todo mientras estaba encima de una tabla. Pero la clase 7 significó un antes y un después. Leo y Helena, su monitora, jugaron en el agua muy a gusto. Tan bien se lo pasó que de manera muy natural y sin un sólo llanto, Helena encontró la manera de sentarlo en una tabla de surf y conseguir que disfrutara. Ni una sola lágrima derramó en esa clase, y nos arrepentimos de no haberlo abordado así desde el primer día, porque hemos perdido 6 preciosas clases y malgastado unas lágrimas que se podrían haber evitado. Pero tampoco me arrepiento porque al final todo es aprendizaje, yo aprendo de las experiencias, ya que Leo no me lo puede contar con sus palabras. Así que poco a poco y a base de tortas, vamos aprendiendo sobre Leo y sobre cómo abordar cada cosa que hacemos con él.

Pero los avances no son milagrosos. De hecho la octava y última clase me gustaría decir que fue aún mejor, pero no. Leo jugó mucho en el agua con Helena y lo pasó genial, pero esta vez no estaba de humor de subirse a la tabla y no lo forzaron. Este verano haremos mucha playa y veremos cómo evoluciona, porque creemos que es cuestión de tiempo que vuelva a confiar en el mar. Lo que está claro es que iremos a la playa a divertirnos y quizás más adelante, algún día, podamos volver a intentar el surf sin agobios y sin lágrimas. Ah y otra cosa que hemos aprendido es que el look surfero le queda como un guante ;)

(Esta entrada se la dedico a Helena por su paciencia, por su cariño, por tirarse al agua cien veces para jugar con Leo, porque nunca le falta la sonrisa, porque ha aprendido que donde Leo mejor está es a caballito, porque no tiene problemas en hacer pedorretas con Leo, porque nunca me pone mala cara aunque siempre les persigo con mi cámara, en cada clase, sin descanso; por su dulzura y porque la vi emocionada en la última sesión al tener que despedirse de nosotros. No me extraña que a Leo un día le saliera abrazarla de corazón.)


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