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  • Maytexu

Crónica de un día de sol y playa con niños


¿Cómo es un sábado de Julio con un hijo de 3 años con Tea y un bebé? Pues agotador al cuadrado, y si tenéis dudas dejad que os lo explique.

El sábado fuimos a la playa pronto por la mañana. Mi mejor despertador es Bruno, quien a las 7.15h y como un reloj (eso lo hereda de su padre), suele despertarse ya sea lunes, miércoles, domingo, año nuevo o el día de la marmota, no falla. Excepto cuando se te ocurre usarlo como despertador, ese día sí falla y se levanta una hora más tarde. Así que a las 8.30h corremos por la casa recopilando cubos de playa, chanclas de plástico, bañadores (el oficial y varios de repuesto), pañales a mansalva y snacks varios (nunca sabe una cuándo va a necesitar unos ganchitos para detener un berrinche extremo) y salimos de camino a la playa, un poco tarde pero a una hora decente, gracias a que la mitad del equipamiento ya lo había preparado la noche anterior.

Al salir con las prisas hemos omitido el paso recomendado por las autoridades de ponernos crema solar antes de salir, así que al llegar al destino, y mientras Leo trata de correr hacia la orilla, logro ponerle crema en movimiento (Leo nunca se está quieto, sólo cuando está atado al carro o a la trona). Mientras, su padre pone crema a a Bruno, que tampoco se está quieto desde que empezó a andar, y menos en la playa. "¿Mamá, cómo se te ocurre pretender que me espere a que me pongas crema y me enfundes un bañador minúsculo metrosexual si yo lo que quiero es ir a robar juguetes (los que me has traído tú no molan tanto) y rebozarme por la arena como Peppa Pig en un charco de barro?".

Ya encremados los enanos (que no los adultos), procedemos a turnarnos la vigilancia de cada uno de ellos; si se tercia y nos cruzamos, tratamos de ponernos crema mutuamente a toda prisa disparando con el difusor a discreción y soltando algún manotazo rápido sobre la espalda del otro para esparcir la crema. Leo se empeña en jugar con el agua en la orilla, y caminar hasta el infinito hacia este u oeste indistintamente. Bruno va jugando en la arena y/o yendo a pisar toallas ajenas, pero como es muy mono y su gorrito de tiburón le queda divino, la gente se lo perdona. Nuestros amigos llegan, con un bebé de la edad de Bruno y por supuesto parecen mucho mejor preparados y relajados, con snacks sanos, nevera con bebidas, niño encremado de casa y creo que hasta un libro. La suerte del principiante, espera a que tengan el segundo.

Después de que Luis desaparezca con Leo casi una hora en uno de sus paseos por la orilla, yo empiezo a preocuparme y entramos en estado de emergencia (gritos y llantos intermitentes, grado 1) porque a Bruno se le junta el hambre, el sueño y el calor. Logro aplacarlo un rato con los arándanos fresquitos que han traído mis amigos en su nevera, aunque el orgullo me decía que no los cogiera y siguiera intentándolo con un trozo duro de pan rebozado en arena que el susodicho ya había tirado al suelo quince veces. En el cuarto berrinche aparecen, le echo su correspondiente bronca por alejarse tanto rato, acabamos de recoger las cosas y nos dirigimos a casa de nuestros amigos a comer.

Tenemos la tremenda suerte de que ambos se duermen en el coche pero los niños detectan la alerta "padres relajados" y antes de poder darle el primer bocado al pollo a l'ast ya se han despertado, primero Leo y luego su esbirro. Así que comemos mientras Leo va saltando entre las sillas (tanto en las vacías como en las que tienen a gente sentada, sí) y engullendo croquetas, mientras entretengo a Bruno a base de pollo y patatas fritas (la berenjena es sólo para tirarla al suelo y ver cómo cae). Después de pasar la tarde persiguiéndolos (sí, igual que la mañana) y corrigiendo comportamientos como tirar piedrecitas a la piscina (Leo), subir y bajar escaleras puntiagudas (Bruno), salir corriendo como locos (ambos), nos despedimos de nuestros amigos esperando que algún día, cuando se olviden del caos, nos vuelvan a proponer quedar otro día.

En un momento de lucidez tras el enésimo berrinche de alguno de mis niños, me doy cuenta de que aún no sé cómo suena el llanto del bebé de mis amigos, creo que es porque no ha llorado. En cambio ellos esta noche tendrán pesadillas en las que se despertarán sudorosos con el llanto de mis retoños en sus tímpanos. Procedemos a recoger los cochecitos, pañales sucios, mochilas, móviles, bañadores mojados, toallas, y demás enseres esparcidos por los alrededores y al subir al coche "oh sorpresa", me dejé las llaves puestas y nos hemos quedado sin batería. Por suerte la grúa enseguida se pone en camino. Por desgracia la grúa se queda encallada en una de las calles cercanas al estar en obras. Saca a los niños del coche, con lo que ha costado meterlos, porque ya hace rato que protestan y está claro que la grúa va a tardar y no podrán soportar la tortura de estar perfectamente sentados y fresquitos en el coche durante más de 20 minutos. Finalmente llega nuestro salvador y confirma que es la batería (gracias a Dios porque no sé lo que habría sido volver a casa en un taxi los 4 y los niños sin atar) y logramos poner en marcha el coche y salir pitando.

Llegamos a casa sanos y salvos, pero necesitamos una semana para recuperarnos. Quizás el viernes ya estamos algo mejor y podamos pensar en otro plan extremo para el sábado. Al final es que somos masocas.


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